La última aventura de Jhen
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Jhen, sobre "Draculea", de Jacques Martin
A diferencia del nombre de Jacques Martin, que sólo aparece en la portada para recordarnos que el maestro fue el guionista de las primeras entregas de la serie, el título de este nuevo álbum de las aventuras de Jhen no es baladí: estas viñetas nos van transportar a los Cárpatos de Drácula. Más aún, dada la variación de la grafía con la que se escribe aquí el nombre del conde -que al parecer es la original en rumano-, hasta puede imaginarse que se nos va a presentar la verdadera historia del personaje real que se esconde tras el mito. Y, en efecto, esta nueva entrega de las aventuras de Jhen apunta en ese sentido. Estamos en los tiempos de Vlad Tepes, la Transilvania del siglo XV.
Lo que no hubiera imaginado ni por asomo es que las nieves donde está localizada la historia iban a recordarme las nieves de algunas entregas de Jonathan Cartland -El fantasma de Wah-Kee, El niño luz-, un western con guión de Laurence Harlé y dibujo de Michel Blanc-Dumont, que leí con sumo agrado en su edición española de Grijalbo-Dargaud de los años 80. En lo que a mi afición al cómic se refiere, los 80 constituyeron toda una edad dorada en la que me reencontré con mi amada Línea Clara después del extravío por la Línea Chunga -El grato Fritz, Mr Natural, los Freak Brothers, Makoki- de la década anterior. En gran medida, toda esa dicha de los 80 fue debida a las publicaciones de Grijalbo-Dargaud. El catálogo de NetCom2, infatigable en su tarea de acercar al lector español la Línea Clara clásica -pero también la contemporánea-, parece ir a la zaga de Grijalbo-Dargaud en tan encomiable tarea. A él pertenece este Draculea al que me refiero.
Contratado por Vlad Dracul para reforzar los muros de su fortaleza, el castillo de Targovista, Jhen se adentra en lo "más profundo de los misteriosos Cárpatos" con Wenceslas, un nuevo compañero. Supongo que el tal Wenceslas ya aparece en alguna de las ocho entregas anteriores que aún no he tenido oportunidad de leer. Pero esos niños, que aquí comienzan a desaparecer en la primera página, son una constante en una serie cuyas primeras entregas giran en torno a Gilles de Rais, uno de los mayores asesinos de infantes que la historia recuerda. Y, pensándolo bien, puede que los crímenes contra la infancia, en un tiempo tan cruel como el medioevo fueran tan frecuentes como nos muestran estas páginas pobladas de lugareños que se protegen del frío con la piel de un oso cabeza incluida.
Ya en esa posada tradicional de la aventura en los Cárpatos, donde se empieza a rumiar el misterio sobre el que girará la historia, Jhen conoce a Ilona, una bella muchacha que trabaja en el Castillo. Ocasionalmente se encuentra en la posada ayudando a su padre el posadero. Al punto, Jhen queda prendado de ella.
Si tengo la teoría de que Martin fue el más independiente de los tres grandes discípulos de Hergé -Bob de Moor, por el contrario, se me antoja el más mediatizado por el creador de Tintín- es, entre otras cosas, porque Martin desconoce por completo ese consejo de Hergé de no complicar las cosas enredando en amoríos a los personajes. La búsqueda de Ilona emprendida por Jhen nos irá conduciendo, como el hilo de Ariadna a Teseo por el laberinto del Minotauro, por los horrores y misterios que rodean Targovista. Desaparecida de la cama de Jehn tras pasar su primera noche juntos en el castillo, nuestro héroe no cejará en su empeño hasta descubrir que las desapariciones de mujeres y niños no son obra de Mircei Israti, el príncipe rival de Dracul. Muy por el contrario, lo son de una conjura capitaneada por Vlad, uno de los hijos de Dracul a quien su padre, fascinado por su crueldad, da el nombre de Draculea. Puede seguirse, por tanto, que nos encontramos ante un episodio de la juventud de Drácula imaginado por Jerry Frissen y Jean-Luc Cornette, los guionistas. Lástima que Ilona, cuyo dibujo podía enmarcarse en la estela de las chicas de Milo Manara, no vuelva a aparecer.
Publicado el 31 de agosto de 2015 a las 08:30.